jueves, 22 de junio de 2017

CRISÁLIDA DE RUBÍ

Por Arthur Zombiellegas


Acariciando la tierra
y tu piel,
con besos de fuego y azafrán.
Engalanada con espirales de helio
y de lava,
sobre una celeste telaraña
se postra una crisálida de rubí.

Derrite los montes
de alfileres frígidos y albos
y extrae el jugo
de los dátiles del Sahara.

Hace que la arena sea flama hecha polvo
y los líquidos cristales,
se desvanezcan en inciensos invisibles.

Sus lágrimas de atardeceres,
los amorfos danzantes de carmín,
vuelven ceniza al álamo y al sauce.

Tapiza de esmeralda las alas del quetzal
Y a la pantera la cubre de obsidiana
Para luego anunciar la retirada del muerciélago.

Rueda por su telaraña,
desde la isla de los botones de cerezo
hasta la desierta caricia del poniente.

Nace en las tierras
de la seda y el arroz,
cae en un sueño de color aguamarina,
se ahoga
en el salino llanto de los corales.

Espera quebrarse un día
y que de ella,
emerja un ser,
que tenga por alas
luciérnagas y llamas,
para iluminar
toda la estera infinita
en la que ruedan

perlas liquidas, sólidas y de neblina.

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