Por Luis Villegas
No hace falta que uno haya ido; todos sabemos qué es
un striptis, ¿O no?
El título viene a cuento, porque sé que estas líneas
escritas de manera periódica suelen granjearme la malquerencia de alguno; pero
el propósito de escribir no es agradar, sino expresar lo que se piensa, se cree
o se siente, respecto a determinado asunto.
Lo sugestivo del título se explica en esa virtud:
Escribir es descubrir poco a poco el alma. Es despojarse, exhibirse, desnudarse.
Es posible, por supuesto, simular, pero no sólo resulta innoble, resulta además
triste e inútil, pues debe uno ser muy tonto para creer todo lo que lee sin
más. Para bien o para mal, las palabras descubren un aspecto del que las
pronuncia o las redacta: Porque vacían o muestran, porque engañan u ocultan,
las palabras son inseparables de su autor y lo persiguen como una jauría
furiosa o lo secundan como un coro.
Pues yo dudaba.
La razón de tanta incertidumbre es que en ocasiones mis
palabras parecieran ir contra el pensar de varios, contra el sentir de muchos
e, incluso, contra el sentido común, pero ni modo: Eso pienso yo.
En algún lado, Manuel Vázquez Montalbán
escribió: “No. No hay verdades únicas, ni
luchas finales, pero aún es posible orientarnos mediante las verdades posibles
contra las no verdades evidentes y luchar contra ellas”.
Además, está también el asunto ése de las cosas
escritas hace dos, tres o seis años. Mire usted, si veinte años no es nada,
según reza el conocido tango, se supondría que cualquiera de esos lapsos es
menos que nada, pero no, un año es un año y si se puede vivir toda una vida en
un instante, en un año se puede vivir y morir un millón de veces. Pues bien, lo
pretendido a decir es que comparto en lo medular la esencia de mis escritos
todos. Ciertamente quitaría algunas cosas y agregaría otras; enmendaría juicios,
corregiría yerros, eliminaría párrafos, reescribiría otros y agregaría otros
más, empero, sostendría mis convicciones con la misma energía de siempre.
Se dice que Heráclito consideraba imposible bañarse
en las aguas del mismo río dos veces; según él, la vida es fluir, un continuo
discurrir. Por el contrario, Parménides sostenía la inmutabilidad de las cosas;
para él, el ser de las cosas era eterno e inmutable.
En lo personal, estimo que ambos extremos son
insalvables si aspiran a constituirse en un absoluto.
La vida es permanencia: La fe en Dios, el amor a la
familia, la lealtad a los amigos y la fidelidad a los ideales. Sin embargo, en
el tráfago de la vida cotidiana -con sus ires y venires- y la inmediatez de sus
exigencias, nos realizamos a diario. Somos lo que somos a cada instante; nos
definen nuestros actos y omisiones, nuestros silencios, nuestra pasión, nuestra
cobardía, nuestra hambre y nuestra sed, nuestro arrojo o nuestra timidez. Nos
definimos momento a momento en ese caudal incesante llamada “vida”, la cual
transcurre entre dos eternidades: El pasado y el porvenir.
Ése es mi punto de vista. Intentar expresarlo, a pesar de las
consecuencias, constituye mi necesidad de escribir.